Aquí fue, otrora, la populosa urbe romana.
Aquí los monumentos y la piedra ricamente tallada.
En estos páramos se irguió la ciudad de Itálica,
la mil veces maravillosa, enclave del sur más bello.
Aquí nació la leyenda, donde el azul es infinito
y el ruiseñor rompe el silencio con sus más finas melodías.
En sus calles el verde de la esperanza
y el carmesí de la pasión,
la púrpura de los emperadores
y el albo de las nubes celestes…
poblaron de magia todo lo manifiesto.
De la misma manera
a como se gestó la grandeza de Roma,
inmortal en el recuerdo, ciudad eterna,
así también labraron gloria
y fama imperecedera
los Trajanos y los Adrianos…
El asombro de la hermosura
se repite en el viajero atónito,
por tanto caudal de vida,
y un sonsonete de luz y color inefables
asoma a las pupilas.
¡Aquí fue Itálica!, ¡sabedlo bien!,
la de amplias calles y purísimos cielos;
¡Aquí el temible Anfiteatro!,
¡donde gigantomaquias sin fin
tuvieron su desenlace!
Es la ciudad populosa,
emporio del sur más preclaro,
lugar para la aventura y el poder,
donde se cifraron la audacia y la templanza,
conjuntamente, entre sus habitantes.
Hogaño, viven todos sus recuerdos
entre nosotros, vivos como peces de colores,
como alas indómitas y juguetonas,
como horizontes sin final cierto…